Seguramente las personas que se tomen la
molestia de leer este artículo, se preguntaran de cual Dioselina Saldarriaga
escribo o cual Biblioteca es la citada en él. Este nombre lo recordarán quienes
en nuestros años de juventud y estudio, nos encaminábamos a la Biblioteca
Municipal con el fin de adelantar las tareas o trabajos que nos asignaban los
educadores de esas calendas.
La biblioteca que conocimos en esos tiempos de
estudio y que hoy ve desaparecer 20.000
libros que leímos en su sede o llevamos hasta nuestras casas para cumplir con
las investigaciones y complementar los estudios de primaria y bachillerato,
tiene una larga historia.
Fue creada en el año 1956, por el alcalde
militar que regía los destinos de la ciudad, capitán Jaime Cortés Cárdenas, como Biblioteca Municipal. Abrió sus puertas en el segundo piso de las Empresas
Municipales y luego fue trasladada al primer piso de la Alcaldía. Muchos años
después fue trasladada a la sede que ocupa hoy.
La primera directora fue la señora Dioselina
Saldarriaga Arboleda, mujer que dedicó gran parte de su vida a enseñarles a
quienes buscaban ayuda educativa y cómo
utilizar cada uno de los libros que allí reposaban. Dueña de extraordinaria
memoria, respondía con facilidad sobre libros, autores y textos a quienes
íbamos en plan de consulta. Historia de Sevilla, filosofía, geografía,
tecnología, literatura, ciencias, ciencias puras, historia, biografías y muchos
otros temas manejaba con mucho conocimiento
doña Dioselina como la llamábamos.
Pero a esa inmensa capacidad para responder
inquietudes de lectores y visitantes, anteponía un estricto cumplimiento de
normas, las cuales hacía cumplir a rajatabla. Sus reprimendas con rostro adusto
detrás de sus infaltables anteojos, era para quienes hablaban en voz alta, se
reían fuertemente o para quienes doblaban o rayaban los libros que
generosamente prestaba. Rondaba por todos los espacios de la Biblioteca,
pendiente que los visitantes no se llevaran los libros sin estar debidamente
registrados o arrancaran sus hojas. En el momento menos pensado estaba parada
junto a los niños, jóvenes o adultos, atenta al más mínimo accionar. Esa
aparición casi fantasmal asustaba a quienes hasta comíamos sobre los libros, y
con su mirada ponía las cosas en orden. En los años 70, tenía unos 11.500
libros y más de 35.000 consultas, que ella tenía debidamente registradas en
forma minuciosa. Por esta maravillosa labor la biblioteca llegó a ocupar el
segundo lugar en el Valle por visita de lectores y consultas.
Muchos se preguntarán que ocasionó el daño de
esos 20.000 libros, la mayoría de ellos comprados, recibidos en donación en los
años de la Biblioteca de doña Dioselina y que fueron cuidados con mucho esmero
por ella, y por Amanda Osorio y otras personas que relevaron a la citada señora
Saldarriaga al terminar su encomiable tarea.
En la búsqueda de una respuesta a esa incalculable pérdida, encontramos
que la adecuación y remodelación de la planta física y áreas anexas para la
creación de otros espacios que se dedicaron a la informática, zonas educativas
y culturales, llevaron a que los funcionarios que atendían la Biblioteca,
arrumaran los libros en un rincón de la sede, sin el cuidado respectivo para
protegerlos y los mismos recibieron por meses lluvias y seguramente la visita
de bichos, y que debido a la humedad originaron gran daño. Lo anterior ocurrió
según versión de personas conocedoras y serias durante la administración del
ingeniero Rafal Andrés Quintero. Habría que pedirle cuentas de lo sucedido a
los funcionarios delegados por el exalcalde Quintero, para manejar o dirigir
los destinos de la Biblioteca en la época de su gobierno.
En las últimas semanas, una visita de varios
funcionarios de la Biblioteca Departamental, hizo una evaluación del estado de
los libros que reposan en los estantes y anaqueles de la Biblioteca, que desde
hace varios años funciona en una área de la Escuela Hugo Toro Echeverry. La
negativa noticia de esta visita, es que 20.000 libros deben ser retirados de
allí, por el estado de deterioro que presentan y que pueden afectar la salud de
las personas que a diario visitan la Biblioteca. Vale resaltar que la
biblioteca Pública Municipal Hugo Toro Echeverry, ha hecho parte desde hace
varios años de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas, reconocimiento que le
ha entregado la Biblioteca Nacional de Colombia.
Con sorpresa para muchos habitantes de la
ciudad, el Concejo Municipal, creó mediante acuerdo del 19 de julio de 2017, la
Biblioteca Pública Municipal Hugo Toro Echeverry, según proyecto de acuerdo
presentado por el doctor Freddy Omar Osorio Ramírez, alcalde municipal.
Como sustento para este acuerdo que crea
nuevamente la Biblioteca, el Concejo se apoya en oficio del 09 de mayo de 2017,
emanado por el despacho de la doctora Consuelo Gaitán Gaitán, directora de la Biblioteca
Nacional de Colombia, dirigido al alcalde de la ciudad, en el cual le expresa
que para que nuestra Biblioteca siga perteneciendo a la Red Nacional y recibir
los beneficios de programas y servicios del Ministerio de Cultura, debe ser de
carácter estatal, es decir, creada mediante acuerdo del Concejo local.
De conformidad con lo enunciado en el oficio
procedente de la Biblioteca Nacional, se realizó la búsqueda en los archivos
del Concejo local, del acuerdo que en el año 1956 le diera vida a la misma, por
parte del alcalde militar Jaime Cortés Cárdenas.
El citado acuerdo de creación, no se encontró
en los archivos del Concejo Municipal. Por ello el alcalde de la ciudad
presentó el proyecto de acuerdo que aprobado por el cuerpo edilicio de la
localidad, fue sancionado y firmado por el burgomaestre el día 25 de julio de
2017.
Lo más lamentable de esta situación, es que
nuestra querida Biblioteca, la que quiso como si fuera de su propiedad la
apreciada y respetada Dioselina, pierde gran parte de su alma literaria, con la
desaparición de 20.000 libros, que deberán ser quemados. Reiteramos en que los
culpables de este lamentable hecho, respondan por lo sucedido o expliquen las
razones de sus decisiones.
Donde se encuentre la estimada Dioselina,
estará sufriendo por ello, como lo hacía cuando le removían hojas a los libros
o no los devolvían a los estantes, repisas o anaqueles de su biblioteca.
Por Wilson Rendón Agudelo