Sin
terminar de sobreponernos del todo, del inmenso dolor que nos produce la
partida del amigo, paisano, artista y
maestro Carlos Alberto González de Greiff, nos congregamos en torno a su vida y obra, su familia y algunos de sus amigos, y no dejamos de destacar la gran importancia de su legado,
así como el profundo sentido de la amistad y generosidad que siempre motivó su
trayectoria como hombre y artista.
Uno
de los que no pudo estar presente, fue Lisandro Duque Naranjo, pero envió unas
palabras, para ser leídas en el acto de los sevillanos a la memoria de un
hombre de la cultura:
Solamente haré referencia en este texto a lo
que significa para los sevillanos la ausencia repentina y ya definitiva de
Carlos Alberto González, “El Negro”, como desde chiquito le decíamos aquí o en
cualquier lugar que sus paisanos nos encontráramos con él.
Porque si pretendiera extender esta semblanza
a la trayectoria de Carlos Alberto por fuera de su patria chica, tendría el
humilde servidor que firma estas palabras que salirse del mapa del país para
dar cuenta de bastantes capitales del planeta
por las que el ciudadano cuya pérdida hoy lamentamos paseó su gracia
mundana, su agudeza humorística, su
erudición estética y, digámoslo sin ninguna exageración, esa labia concluyente,
ese buen hablar lleno de sutilezas,
nutrido todo eso de la influencia
que le aportó a su formación el haber pasado la niñez y adolescencia en
este, su pueblo, que hoy lo despide.
Restrinjo, pues, mi evocación, y con eso
quizás logro totalizar al ser que ahora reposa en esta urna, al Carlos Alberto
que, después de haberlo vivido todo, es
más, de haberlo disfrutado todo, decidió cumplir el papel de hijo pródigo que se vino a Sevilla a
recuperar el hilo de su pasado y sentó sus reales en este municipio.
Ya podía Carlos Alberto darse el lujo de
dilapidar su prestigio en los salones bogotanos, viniéndose mas bien para acá
a escuchar las historias que le contaban
los transeúntes de la Calle Real, parando siempre las orejas a las ocurrencias
locales, gozándose la parla de sus amigotes de antaño, y por supuesto,
emprendiendo hazañas culturales que tienen en el Museo Art Decó que acondicionó
en la Calle Real, con casa y todo, su
manifestación mas notable y memoriosa.
Pero ese no fue el único tributo que Carlos
Alberto le rindió a su pueblo. Él siempre pensó, y de eso fui testigo
–pues nos honramos desde pequeños con la
amistad, aunque yo le llevo muchos años–, que sus iniciativas en Sevilla solo
le quitarían un tiempo pequeño. Pero se equivocó, sin duda, porque el pueblo lo
fue agarrando, y empezó a quedarse, a aplazar su regreso hacia las
responsabilidades habituales. Y mientras en Bogotá lo echábamos de menos, él
estaba feliz en Sevilla escuchando la sirena de las doce del día, oyendo las
invitaciones a entierros por los parlantes de la torre y echando carreta con
los emboladores, en cuya caja ponía sus zapatos, aunque estuvieran lustrados, solo como un pretexto para pescar hablas olvidadas.
Tiraba infantería por La Miranda, La
Real, la plaza de La Concordia, el parque Uribe, la Casa de la Cultura, etc.,
ingeniándose proyectos alucinados que al tomarlos por su cuenta se volvían
verdaderos.
Qué falta nos empieza a hacer Carlos Alberto.
Y qué legado tan rico nos dejó con su conversa y generosidad. Un pésame para
Sevilla. Chao, “Negro”.
Lisandro Duque Naranjo