Por María Clara Jaramillo
“El Suicida Cobarde”, de María Clara
Jaramillo, es un cuento que forma parte del libro “Nada es casual en está
casa”, del Grupo Literario Letras de la Universidad de EAFIT de Medellín.
Interesante la historia porque es creación de la autora, a partir de una
historia de narración oral contada por su padre, el sevillano Manuel Jaramillo,
sobre el suicida más famoso que ha tenido la municipalidad: Orlando Arango
Rendón “Mango”.
El Suicida Cobarde
Ya
se pasado mi momento. Soy el cobarde. Hace mucho dejé de ser el poeta y fue en
busca del momento perfecto que se fueron pasando los meses, los años, las
ansías; contemplé la muerte, la llevé de la mano, pero nunca la miré a los
ojos.
El
cénit de todo escritor suicida era ése: una muerte poética, pero el soñar con
la perfección me convirtió en cobarde. Ahora me vivo muriendo.
Rocinante
fue el primero. Éramos jóvenes llenos de adrenalina y locura. Los demás pelados del pueblo nos guardaban
respeto por temerarios. En el Salto del Ahorcado las reglas las ponía quien se atreviera
a lanzarse desde lo más alto. La corona, sin duda siempre la tuvo Rocinante:
alto, atlético, pelo largo, belleza excéntrica... corría como caballo desbocado, de ahí su apodo. Había que verlo
en la finca de don Gregorio Silvestre _ un viejo huraño que un día le dio por
quemar su casa _, robando los racimos de plátano y salir como un tiro mientras
el anciano le apuntaba a los pies con su escopeta.
El
Salto del Ahorcado era nuestro charco. Las niñas no asistían al ritual por una
norma inquebrantable: quien quisiese darse un baño, debía despojarse de todo lo
palpable. Luego descubrimos que él Rocinante, sentía gran debilidad por el
mismo sexo, y así tenía a diario su más dulce capricho: un desfile de nalgas apretadas y cuerpos virginales dorados
por el sol del Valle, nadando, trepando rocas y cogiendo mangos y guayabas en
los árboles.
Zurriago,
de genio templado y mirada fulminante, fue el segundo. ? Cómo amaneció,
Santiago?, le preguntaban las señoras cuando pasaba por la plaza en la mañana.
Casi de buen humor, respondía, con el sueño fruncido sobre un bosque unicejo...
Las señoras se morían por él; lo querían de novio para sus hijas y de amantes
para ellas. De porte y garbo, poseía un humor exquisito que deleitaba a las
mujeres, las únicas que podían suavizarle el temperamento de escopeta. Tenía
una espalda en la que le cabían dos costales de café, un racimo de plátanos y
tres docenas de suspiros.
Rocinante
era monaguillo de la iglesia, y un trepador excelente. El pacto entonces lo
cerró antes de la misa de seis de la mañana: escalando hasta la cima del
campanario, se amarró a la soga con la que hacía sonar todos los fines de
semana la vieja campana. Esa mañana tocó antes de tiempo, invitando a los
habitantes del pueblo a presenciar el trágico espectáculo. El cura llegó cuando
Rocinante todavía relinchaba, luchando con su vida, pero ya no había forma de
domar al potro.
Tres
meses después, cuando el pueblo apenas empezaba a salir del silencio en que
quedó sumergido desde tal evento, pasé por Zurriago a su casa para caminar
hasta la escuela. Era el último día de clases y los ánimos andaban eufóricos.
Cuando faltaba una cuadra parta llegar, sentenció habérsele olvidado algo
importante. Lo esperé en una esquina.
Nunca
volvió. Hubo que raspar la pared del cuarto, púes su sangre era espesa como su
genio. Penetrante como su mirada.
Cuando
escuché el tiro quedé helado: entendí que yo era el siguiente. ? Cuál sería el
mejor momento para morir? Me invadió la tensión y huí a la ciudad, creyendo que
esta me mataría, pero su rudeza termina haciendo costra y la soledad anida
justo aquí.
Mientras
espero que pase esta agonía que no termina, escribo poemas a mis amigos idos,
anestesiando la mente y haciendo del corazón una coraza. Pobre de mí, suicida
cobarde.
María Clara Jaramillo, es integrante del
Grupo Literario Letras de la Universidad de EAFIT de Medellín, veamos su nota
biográfica Nosotros por Nosotros:
Silencio que habla. Tiene la mirada inquisitiva y tierna de una madre.
Su regla es el renglón.
Mujer de grandes sueños.
Viaja por pueblos.
Bella como palabra en sus escritos.
Todos se enamoran de ella.
La niña por la que preguntan lectores y escritores.
Digitalizado y publicado
por “El Arqueólogo de la Palabra” Álvaro Noreña Jiménez.