Peor que siempre

17 de febrero de 20120 COMENTARIOS AQUÍ

Álvaro Noreña Jiménez  participó en una  reñida contienda electoral  por la Alcaldía de  Fredonia, Antioquia, y su movimiento resultó ganador. Sin embargo, la lucha dejó  en los perdedores profundas heridas que ni el tiempo pudo sanar.
Álvaro, como Secretario de Gobierno, llamó a los opositores  a una reunión  en la sala de juntas de la Alcaldía.
―Dígnense  señores, por ética,  limpiar los muros y las paredes  de toda la publicidad política pegada por sus campañas en la ciudad.
―Esto es  un abuso de autoridad, un irrespeto para con el pueblo. Jamás se había visto tanta arbitrariedad. La democracia, está en peligro― Y sin decir una palabra más abandonaron el recinto.
Estos hechos contribuyeron a caldear  aún más los ánimos ya de por sí enturbiados por las miasmas de la  lucha política;   la ira y la insania se apoderaron de sus enemigos. Por las calles del pueblo en los corrillos de los  ciudadanos  se escuchaba  en voz baja que algo muy grave iba a ocurrir. Las mujeres dijeron a sus maridos  y a sus hijos que se recogieran temprano en  sus casas  para rezar el Santo Rosario y pedirle a Dios que evitara una tragedia en esa católica Parroquia.
Pero, el diablo es diablo, y una tarde brumosa,  los opositores se entregaron a degustar cantidades enormes de Aguardiente Real 1493, y cuando ya estaban poseídos por el Dios Baco, lanzaron gritos de odio contra Álvaro y en asonada se fueron para la Alcaldía.
―Abajo el mal gobierno. Pedimos la renuncia  del  bandido  Secretario de Gobierno. ¡Fuera!  ¡A  la calle!
―Señores, por favor  un poco de orden para discutir este asunto―les dijo Álvaro
Los  cabecillas de los amotinados que por cierto eran los más borrachos, se lanzaron como unos energúmenos para volver trizas al señor Secretario, pero, con lo que no contaban estos endiablados  era que Álvaro  sabía las  treinta y cuatro paradas para evitar golpes, tenía grado de cinturón negro de karate y estaba protegido por la Cruz de Caravaca, entonces, con hábiles piruetas esquivaba golpes, patadas, y como esos sinvergüenzas estaban tan  beodos, se iban de bruces al suelo  quedando bastante golpeados y heridos.
El  jefe político de la banda de los agresores fue a la Inspección de policía a demandar al Secretario  por lesiones personales y a solicitar  cinco millones de pesos por gastos médicos.  El día de la conciliación, Álvaro, no aceptó los cargos y con pruebas documentales, fotos y videos logró demostrar su inocencia.
―Señor Inspector, aquí le dejo mis antecedentes penales, mis antecedentes disciplinarios, donde consta que no he cometido ni una sola contravención  y mucho menos un delito, por lo que mi hoja de vida es intachable y demuestro ser un ciudadano de acrisolada honestidad. Le solicito que se le exija al demandante los mismos documentos donde se demuestra que tiene interdicto sus derechos por  haberse robado la sobretasa  a la gasolina.
El inspector al no encontrar mérito para encauzar al demandado, compulsó copia  a la Fiscalía para lo de su competencia.
Cuando Álvaro se presentó ante  la Juez de la Fiscalía, ésta le hizo un pormenorizado interrogatorio del cual tomó sus conclusiones que iba anotando en su computador, incorporando un sesgo en el análisis judicial, pues, ella hacía parte del grupo opositor.
―Bueno señor, hágame el favor de allanarse a los cargos y  declararse culpable para obviar más trámites.
― ¿Cómo así doctora? ¿Es qué usted me cogió infraganti, es decir, como dice el pueblo con las “manos en la masa? ¿Con cuántos kilos de cocaína, o con qué armamento  de uso privativo de las fuerzas militares, me capturó su señoría?
―Bueno caballero, no me conteste que lo hago llevar a la cárcel por irrespeto a la  autoridad. ¿Dígame que propiedades  tiene para embargarlas  y  cancelar los gastos médicos  que el demandante tuvo que pagar en el hospital?
― Ay doctora, vea, yo no tengo sino este castillo de huesos que algún día me toca devolver. No tengo tarjeta debito ni crédito, ni cuentas corrientes, ni fiducias, ni carro, ni fincas, ni casa. Mejor dicho, doctora, como  dijo el poeta Ciro Mendía, de Caldas, Antioquia: “…Yo no tengo, perro ni gato / la soledad me asesina / la tempestad se avecina / veo en mi lecho alacranes / veo en el baño caimanes / y un pistolero en la esquina”.
―Para terminar la diligencia, ¿qué más tiene que agregar?
―Me parece muy triste doctora que La Fiscalía sea la encargada de dirimir querellas que son policiales.

Por: Gustavo Noreña Jiménez
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