Texto de Lisandro Duque Naranjo
Quedaron finalmente tres precandidatos presidenciales
del Pacto Histórico para la consulta del 26 de octubre: Carolina Corcho, Iván
Cepeda y Daniel Quintero. Tres estilos muy distintos de campaña: Carolina,
hiperactiva y elocuente, ha pedaleado el país casi completo, como si estuviera
compitiendo con Tadeo Pogacar, recibiendo palmas y muchedumbres a donde llega,
aparte de que está omnipresente en las redes sociales, en un trending topic
continuo. Tema que le plantean lo diserta con erudición: hacienda pública,
hectáreas a repartir, reforma tributaria, paz total, narcotráfico, y ni se diga
el asunto de la salud. Busca con énfasis el voto de la mujer, pero su presencia
escénica, su energía, su apostura, su fluidez en la labia, alcanzan para
electrizar el espectro completo de la diversidad. Muchos dirán que con tal de
verla y escucharla con frecuencia va a tocar hacerla presidenta.
Iván Cepeda se está quedando colgado. La presidencia lo
ha estado buscando a él, en vez de, al contrario, pero no debe hacerse tanto de
rogar. La política es también un deporte de contacto y él no puede atenerse
solo a la virtualidad. Falta muy poco para la fecha crucial, pero debe
organizar siquiera una gira presencial, pueblear, subirse en tarimas, orear su
discurso. Es paja eso de que la tribuna no es su fuerte, o de que su elocuencia
no es dramática: su público ya lo ha visto en el congreso levantando la voz, de
modo que, sin impostar su verbo, debe ensayarse en plazas con su repertorio habitual,
más los otros que son de su dominio: el tema de la tierra, la reforma laboral,
Palestina, la criminalidad de Trump en el Caribe, etc. Su imagen icónica no
puede resignarse apenas al juicio a Uribe: hay que echarle travesía a ese señor
en Antioquia y saltar el muro de la Paloma y la Cabal, en el Valle, Cauca,
Chocó, haciendo valer la credencial de sus propuestas imaginativas en el
Acuerdo de Paz de La Habana. Sacudir el eje cafetero recordando que Manuel, su
padre, nació en Armenia y se educó en Popayán donde en el Alma Máter de la
hidalga ciudad hizo parte de ese parche de izquierda lujosa al que
pertenecieron Álvaro Pío Valencia y Edgar Negret, y que sus escritos son una
simbiosis del Vallejo peruano y lo greco-caldense. Todo eso se lo legó su
padre, pintor y poeta, además de agudo orador –ganó allí un concurso de
oratoria–, con enorme tino y equilibrio. Tomarse a Popayán exhibiendo su
genealogía, una bisabuela afro que fundó el primer estudio de fotografía
anticipándose al resto de mujeres de esa ciudad blanca. Y que del Sinú llegó su
madre, Yira, a Bogotá, tan austera como él, solo que una correcaminos con su
grabadora y cámara de reportera.
Cepeda necesita demostrar que le sienta bien el sudor,
la intemperie, el raspao. Una semanita apenas hasta que le coja el gusto y
pueda ganar estas “primarias”. Está muy invisible, muy de auditorio, muy de
pódcast. Quizás por eso los uribistas lo mencionan poco: lo quieren por ahí
“sentadito y callado”. Olvídate, pues, de María Jimena, Vanessa y Cecilia.