Diferencias entre La Alpujarra y el “Palacio de Nari”

5 de julio de 20250 COMENTARIOS AQUÍ

Texto de Lisandro Duque Naranjo

Los delincuentes de la tarima en La Alpujarra no son comparables a los jefes paracos que entraron al Congreso en tiempos de Uribe

Debió estar llena de estrés para todas las partes implicadas la operación que condujo a la liberación de los 57 militares en El Plateado. Estos –los retenidos por la comunidad: raspachines, indígenas y pequeños cultivadores– tuvieron que sobrellevar, en silencio y armados, esa quietud forzada a la que los sometió por 50 horas una masa de hombres y mujeres desarmados que los triplicaba en número. Habitualmente, menos hombres armados vencen a una mayoría inerme, pero esta vez hubo cordura, lo que parece irritar mucho a ciertas gentes que nunca se han mojado los zapatos. Personalmente, admiro la templanza de la larga escena. Y que ninguno de los militares haya sufrido un ataque de “honor y valentía” que lo hubiera pegoteado a ese espectáculo de armonía y prudencia, provocando una carnicería.

Primera vez en mi vida que confieso mi asentimiento total ante lo dicho por el ministro de Defensa, el general Pedro Arnulfo Sánchez, cuando un periodista de noticiero quiso atribuirle cobardía y carencia de dignidad a la sensata actitud del Ejército en el manejo de esa delicada y nerviosa situación en el Cauca, en el propio corazón de la actividad cocalera, donde –al decir de los periodistas– los campesinos estuvieron “instrumentalizados” por las disidencias que operan en el lugar.

Debieron aumentarle el sueldo al que les propuso esa palabra de siete sílabas a los periodistas, pues están muy contentos con ella y la zarandean de norte a sur. Según ellos, la “instrumentalización” provino de las disidencias, como si fuera la primera vez que una comunidad entera –repito: desarmada, pero numerosa– deja quieto a un batallón completo. Yo diría que respetuoso, en lugar de miedoso. Aunque haber sentido temor también era honorable.

Creo digno de encomio al ministro de Defensa por haber contenido a sus tropas en esa circunstancia tan tensa, así como por su presencia reposada y legitimadora, al lado del presidente, en la manifestación de Medellín, donde Gustavo Petro compartió tarima con nueve reclusos de lo más granado del bandidaje urbano, con quienes su gobierno sostiene una mesa de conversaciones conducente a la pacificación de la capital paisa. La “paz total” no es un asunto fácil, pero se puede intentar aproximarse a ella ahorrando desplantes machistas y violentos. Por eso me gratifica contar con un ministro nada impulsivo, un militar con sindéresis.

Desde luego, los nueve delincuentes de la tarima en la plaza La Alpujarra no son comparables a los jefes paracos que entraron por la puerta principal al Congreso a discursear en tiempos de Uribe. Estos estaban libres, eran de los mismos y estaban en casa, en un Congreso con un 35% de anfitriones elegidos por ellos. No es lo mismo: Douglas y los otros ocho están presos, y estuvieron allí bajo estricta vigilancia. Además, la cúpula de la tarima era gente de fiar. Y el presidente que los hizo trasladar a la plaza no los hizo entrar por debajo de la tarima, ni utilizó túneles ni parqueaderos, como era de usanza en las épocas del “Palacio de Nari”.

Ni siquiera el michicato de David Racero ofrecía peligro: por allá, semi-escondido, auto-cancelado, entre las cabezas de los de la última fila, hasta que desapareció.

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