La infancia

19 de diciembre de 20180 COMENTARIOS AQUÍ

Por: Edgar Alzate Díaz

Para el río San Marcos, en cuyas aguas tranquilas aprendimos a nadar.

El ejercicio de la memoria y de los recuerdos de antaño está asociado a la nostalgia, pero también a la mirada infantil, de como veíamos el mundo externo desde nuestra perspectiva. Tal vez lo veíamos con los ojos del asombro en un medio donde los guayacanes y los árboles de zapote nos encandilaron la vista con sus tonos morados, blancos y amarillos y el intenso color de la fruta en los grandes árboles, caídas en el piso de tierra, humedecidas las frutas por la lluvia y el sol; los zapotes que eran la suprema delicia de nuestra cotidiana vida, en la naturaleza exuberante y tranquila de la Sevilla de aquel entonces.

Los días sábado de mercado, con la plaza y las calles llenas de hombres jornaleros llegados de todas partes del país, parados en la esquina del parque de La Concordia, oyendo ofertas, mientras los tocadiscos sonaban a tango y a música alegre de Guillermo Buitrago, de Charlie Figueroa y otros más que adornaron con su melodía los duelos a machete y las ruanas enredadas entre el brazo, que describían la muerte en estos Andes y en esta tierra ya teñida de sangre y de alegría. Mientras nosotros niños olíamos a campo, a café, a tierra y a la cerveza adornando las melodías tristes del campesino cafetero.

El Sábado cambiaba todo, desde temprano en el día se iniciaba la ebullición, los gritos, la música, las voces de los comerciantes, los jeeps que raudos se desplazaban cargando los campesinos, los dueños de fincas, el café, y las calles de Sevilla eran alegría, mujeres, borrachos y cada Sábado era un carnaval en el que se olvidaba la condición humana y éramos iguales en medio de la bulla, de la humedad de la calle, de la cerveza regada, de las peleas cotidianas, de los amores y las noches en las cantinas de los sábados que nos traían un amanecer plateado. Con el Valle inmenso mostrando las cordilleras y nosotros con los ojos encandilados viendo la naturaleza exorbitante que recordaban que se terminaba otro carnaval de sábado en Sevilla, mientras nos despedíamos entre los amigos y dirigíamos los pasos a las casas, en un amanecer de Sevilla con las campanas de la iglesia alegrando un nuevo día.

Recuerdo, muy jóvenes, a mis amigos Oscar, Alberto, Carlos, Jairo y yo, llevando en los hombros una pesada carpa de jeep, que nos iba a servir para protegernos en las noches en este campamento que estábamos adelantando. Caminábamos por una carretera empedrada, con balastro, caliente el piso, en medio de un guadual y de los potreros y de las haciendas ganaderas que se localizaban en esta parte del plan de La Astelia o de San Marcos. El olor a cagajón, a pasto, el ganado que nos observaba, el rumor del río que pasaba cerca y al fondo de la carretera el lugar donde nos localizamos y disfrutábamos de una rica estadía bañándonos en el río, cocinando, jugando, cuando todavía se iba al río San Marcos.
Dicen que es en la infancia cuando las imágenes de la memoria se pegan más, tal vez porque en esta época de la vida los ojos se detienen en algunos objetos que son de nuestro especial interés y el cerebro, sin tantas imágenes retenidas, las deja incorporadas como una bruma que con el paso de los años se difumina y aparecen y desaparecen estas imágenes trayendo memorias perdidas y alegrías que resaltan en nuestros corazones. En los idiomas indígenas es en el corazón donde se localizan los pensamientos y no en el cerebro.

Por esta razón el amor está ubicado en el corazón, y en el coracán se encuentran también las artes, pues suponemos que el arte es la expresión de la irracionalidad humana pues es lo más cercano a la pasión, a la intensidad y al gusto, es decir a los sentimientos y sentidos. Quizás nuestras familias, las viejas y las nuevas, olvidaron por un momento su origen a través de un cruce musical, un sincretismo musical, divago yo, pues todos nos criamos en el amor por la música tropical y por las letras desgarradas y las orquestas con violines. Fue la Sonora Matancera la orquesta que nos unió con Cali como nuestra capital y desplegó su iris desde el Pacífico de Buenaventura en nuestra sangre y en las radiolas de las familias en las que las melodías de Daniel Santos, Bienvenido Granda, Olga Guillot, los Hermanos Arriagada, Oscar Agudelo, construyeron en nuestras mentes, músicas que heredamos de los mares y playas ignotos, que de manera misteriosa creó una simbiosis cultural  entre los bellos pasillos, bambucos, boleros, tangos, tropical y un viejo gusto por el rock. Eran las épocas de mi hermano Mario Alberto, que con otros amigos suyos compraron y escucharon a los Rolling Stone, Beatles, Rock en español, los Iracundos, en fin, música que devino en gusto en el pueblo a mediados de la década de los 70 y siguió hasta nuestros días.

Menos mal la distancia con los años nos permite cambiar estos espejismos que conforman los recuerdos infantiles. Magnificar las Navidades en nuestras familias, los grandes pesebres, los santos grandes, y toda la decoración con arroyo y cascada y lagunas, con escenografías gigantes, así eran los viejos pesebres y los intercambios entre las familias y amigas de la cuadra o más lejos, pero a la que había que enviarle la muestra de los buñuelos, la natilla y el arequipe cocinado por horas en los patios familiares con una única persona que podía remover el arequipe. Era otro país donde abundaba la comida, las tierras fértiles cosechaban para muchos y el mundo alegre y productivo daba a muchos el pan de cada día.

Hoy, otra infancia recorre el mundo. Igual o peor, no lo sabemos, cada época de la vida está bien, con sus alegrías y tristezas como dicen. A mí, cuando inicié mi actividad como antropólogo me tocó realizar varios viajes en el departamento del Chocó, de tres meses de duración por los grandes ríos Baudó, Docampadó, Siguirizúa, Bajo río San Juan, y otros, en un momento cuando no se encontraba ningún medio de comunicación. Durante tres meses navegar por ríos, esteros, orillas del mar, quedándose en los caseríos de indios y de negros, en el Pacífico, sin comunicación externa posible. Hoy todos sabemos y alguna generación estará creyendo que, desde siempre en el tiempo, han existido los actuales medios móviles de comunicación. Tal vez es lo mejor de esta época, la capacidad de comunicación instantánea, la “aldea global” en todo su esplendor. Por esto decimos que la infancia nos une con los recuerdos, con las comparaciones, similitudes, esencialmente con los olores y visiones que se anidan en los intersticios de la mente. Y hacen de todo esto nuestro mundo diario y vida, nuestro ser y nuestra cultura. Son sueños reales que se difuminan y evanescen al pasar de los años y nos dan la felicidad.


Foto del río San Marcos tomada  por jellasalope, el 12 de agosto de 2011 y publicada en Panoramio.

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