Por: Edgar Alzate Díaz
Para el río San Marcos, en cuyas aguas tranquilas aprendimos a nadar.
El ejercicio de la memoria y de los recuerdos
de antaño está asociado a la nostalgia, pero también a la mirada infantil, de
como veíamos el mundo externo desde nuestra perspectiva. Tal vez lo veíamos con
los ojos del asombro en un medio donde los guayacanes y los árboles de zapote
nos encandilaron la vista con sus tonos morados, blancos y amarillos y el intenso
color de la fruta en los grandes árboles, caídas en el piso de tierra,
humedecidas las frutas por la lluvia y el sol; los zapotes que eran la suprema
delicia de nuestra cotidiana vida, en la naturaleza exuberante y tranquila de la
Sevilla de aquel entonces.
Los días sábado de mercado, con la plaza y las
calles llenas de hombres jornaleros llegados de todas partes del país, parados
en la esquina del parque de La Concordia, oyendo ofertas, mientras los
tocadiscos sonaban a tango y a música alegre de Guillermo Buitrago, de Charlie
Figueroa y otros más que adornaron con su melodía los duelos a machete y las
ruanas enredadas entre el brazo, que describían la muerte en estos Andes y en
esta tierra ya teñida de sangre y de alegría. Mientras nosotros niños olíamos a
campo, a café, a tierra y a la cerveza adornando las melodías tristes del
campesino cafetero.
El Sábado cambiaba todo, desde temprano en el
día se iniciaba la ebullición, los gritos, la música, las voces de los
comerciantes, los jeeps que raudos se desplazaban cargando los campesinos, los
dueños de fincas, el café, y las calles de Sevilla eran alegría, mujeres,
borrachos y cada Sábado era un carnaval en el que se olvidaba la condición
humana y éramos iguales en medio de la bulla, de la humedad de la calle, de la
cerveza regada, de las peleas cotidianas, de los amores y las noches en las
cantinas de los sábados que nos traían un amanecer plateado. Con el Valle
inmenso mostrando las cordilleras y nosotros con los ojos encandilados viendo
la naturaleza exorbitante que recordaban que se terminaba otro carnaval de
sábado en Sevilla, mientras nos despedíamos entre los amigos y dirigíamos los
pasos a las casas, en un amanecer de Sevilla con las campanas de la iglesia
alegrando un nuevo día.
Recuerdo, muy jóvenes, a mis amigos Oscar,
Alberto, Carlos, Jairo y yo, llevando en los hombros una pesada carpa de jeep,
que nos iba a servir para protegernos en las noches en este campamento que
estábamos adelantando. Caminábamos por una carretera empedrada, con balastro, caliente
el piso, en medio de un guadual y de los potreros y de las haciendas ganaderas
que se localizaban en esta parte del plan de La Astelia o de San Marcos. El
olor a cagajón, a pasto, el ganado que nos observaba, el rumor del río que
pasaba cerca y al fondo de la carretera el lugar donde nos localizamos y
disfrutábamos de una rica estadía bañándonos en el río, cocinando, jugando,
cuando todavía se iba al río San Marcos.
Dicen que es en la infancia cuando las imágenes
de la memoria se pegan más, tal vez porque en esta época de la vida los ojos se
detienen en algunos objetos que son de nuestro especial interés y el cerebro,
sin tantas imágenes retenidas, las deja incorporadas como una bruma que con el
paso de los años se difumina y aparecen y desaparecen estas imágenes trayendo
memorias perdidas y alegrías que resaltan en nuestros corazones. En los idiomas
indígenas es en el corazón donde se localizan los pensamientos y no en el
cerebro.
Por esta razón el amor está ubicado en el
corazón, y en el coracán se encuentran también las artes, pues suponemos que el
arte es la expresión de la irracionalidad humana pues es lo más cercano a la
pasión, a la intensidad y al gusto, es decir a los sentimientos y sentidos.
Quizás nuestras familias, las viejas y las nuevas, olvidaron por un momento su
origen a través de un cruce musical, un sincretismo musical, divago yo, pues
todos nos criamos en el amor por la música tropical y por las letras desgarradas
y las orquestas con violines. Fue la Sonora Matancera la orquesta que nos unió
con Cali como nuestra capital y desplegó su iris desde el Pacífico de
Buenaventura en nuestra sangre y en las radiolas de las familias en las que las
melodías de Daniel Santos, Bienvenido Granda, Olga Guillot, los Hermanos
Arriagada, Oscar Agudelo, construyeron en nuestras mentes, músicas que
heredamos de los mares y playas ignotos, que de manera misteriosa creó una
simbiosis cultural entre los bellos
pasillos, bambucos, boleros, tangos, tropical y un viejo gusto por el rock. Eran
las épocas de mi hermano Mario Alberto, que con otros amigos suyos compraron y
escucharon a los Rolling Stone, Beatles, Rock en español, los Iracundos, en fin,
música que devino en gusto en el pueblo a mediados de la década de los 70 y
siguió hasta nuestros días.
Menos mal la distancia con los años nos permite
cambiar estos espejismos que conforman los recuerdos infantiles. Magnificar las
Navidades en nuestras familias, los grandes pesebres, los santos grandes, y
toda la decoración con arroyo y cascada y lagunas, con escenografías gigantes,
así eran los viejos pesebres y los intercambios entre las familias y amigas de
la cuadra o más lejos, pero a la que había que enviarle la muestra de los
buñuelos, la natilla y el arequipe cocinado por horas en los patios familiares
con una única persona que podía remover el arequipe. Era otro país donde
abundaba la comida, las tierras fértiles cosechaban para muchos y el mundo
alegre y productivo daba a muchos el pan de cada día.
Hoy, otra infancia recorre el mundo. Igual o
peor, no lo sabemos, cada época de la vida está bien, con sus alegrías y
tristezas como dicen. A mí, cuando inicié mi actividad como antropólogo me tocó
realizar varios viajes en el departamento del Chocó, de tres meses de duración
por los grandes ríos Baudó, Docampadó, Siguirizúa, Bajo río San Juan, y otros,
en un momento cuando no se encontraba ningún medio de comunicación. Durante
tres meses navegar por ríos, esteros, orillas del mar, quedándose en los
caseríos de indios y de negros, en el Pacífico, sin comunicación externa
posible. Hoy todos sabemos y alguna generación estará creyendo que, desde
siempre en el tiempo, han existido los actuales medios móviles de comunicación.
Tal vez es lo mejor de esta época, la capacidad de comunicación instantánea, la
“aldea global” en todo su esplendor. Por esto decimos que la infancia nos une
con los recuerdos, con las comparaciones, similitudes, esencialmente con los olores
y visiones que se anidan en los intersticios de la mente. Y hacen de todo esto
nuestro mundo diario y vida, nuestro ser y nuestra cultura. Son sueños reales
que se difuminan y evanescen al pasar de los años y nos dan la felicidad.
Foto del río San Marcos tomada por jellasalope, el 12 de agosto de 2011 y
publicada en Panoramio.