Reflexión para el lunes 20 de mayo de 2024

1 de enero de 20240 COMENTARIOS AQUÍ

Comentario diario al Evangelio

-Tiempo Ordinario–

María, Madre de la Iglesia

El Evangelio de hoy: Juan 19, 25-34:

En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: “Mujer, ahí está tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí está tu madre”. Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre y dijo: “Todo está cumplido”, e inclinando la cabeza, entrego el espíritu. Entonces, los judíos, como era el día de la preparación de la Pascua, para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día muy solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitaran de la cruz. Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno y luego al otro de los que habían sido crucificados con Jesús. Pero al llegar a él, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua.

Antífona del salmo:

¡Alaben al Señor todas las naciones!

La Vida de Dios en inagotable y se comunica sin cesar de muchas maneras porque, lo propio de la vida, es “engendrar vida”; así, la vida es expresión preciosa de la existencia de Dios; vivir es el don extraordinario que el Señor nos da a todos para aprovecharlo a fondo. Expresión sublime de esa vida es la Cruz, porque, donde parece que triunfa la muerte, de allí, brota la vida; Adán y Eva fueron vencidos por el enemigo con el fruto engañoso de “la inmortalidad”, el fruto de un árbol del que Dios sólo podía disponer… el árbol de la Cruz ofrece el fruto de la auténtica inmortalidad y se da a todos con profusión y lo prometido se cumple cabalmente. Al pie del árbol de la eterna vida, la Cruz, está la Madre, aquella que permitió que, por su concepción virginal, por su maternidad, tomara “carne de ella”, el Hijo Eterno del Padre, el invisible que se hace visible, aquel que vive en la eternidad y se hace “temporal” … por ella nos vino “el autor de la vida”. Por esto, con toda razón y mérito amplísimo, el Pueblo Santo de Dios la venera como “Madre de la Iglesia”, canta con júbilo sus grandezas que tienen raíz en la humildad obediente a la Palabra del Señor. Ella fue elegida por Dios para ser digna morada del Salvador —la Inmaculada Concepción— y la preservó del pecado como expresión sublime de la pureza que debería acompañar al hombre creado a imagen y semejanza de Dios; así, dio a luz al Redentor, sin pecado, para elevarnos hasta la gran altura de la santidad. Ella aceptó ser madre sin dejar de ser Virgen Perpetuamente; este don sublime indica la donación total de la Madre al Dios Eterno con consagración sin límites —sin dudarlo, servir al prójimo en las obras de misericordia, es una consagración que nos obliga por ser cristianos―. Fue honrada con la Asunción, pues, si fue asociada de modo íntimo y admirable a la obra de la Redención por la elección inmaculada que de ella hizo Dios, consecuentemente ella fue honrada por el mismo Redentor con la gracia de la Resurrección anticipada; por ello, no conoció la corrupción del sepulcro, de allí que de la Virgen profesamos con gozo y firmeza que fue asunta al cielo en cuerpo y alma, es decir, que al terminar su paso por el mundo, gozó de la pascua de Cristo su Hijo, y la totalidad de su ser —cuerpo y alma— consagrado a Dios desde siempre, goza del mismo Dios para siempre. Todo esto nos hace entusiasmar por la santidad a la que nos invita el Señor y de la que María es modelo purísimo; ella estuvo al pie de la cruz con entereza; acompañó a los Apóstoles reunidos en oración... camina con todos nosotros en la fe. María, Madre de la Iglesia: ¡Ruega por nosotros!

P. Rodrigo Gallego Trujillo,

Párroco de la Catedral san Pedro de Buga

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